Wednesday, January 27, 2010

Una caridad para Haití

La consigna se llama “reconstruir Haití”.
¡Ah!, pero ¿es que estaba construido? La
sabiduría popular es inapelable: siempre
tiene que haber pobres; es ley de vida. El
problema es que sean siempre los mismos.
¿Por qué la medio isla antillana, poblada
de descendientes de esclavos negros,
figura casi al final de la relación de la
ONU de 192 países en renta per cápita y
desarrollo humano? En el siglo XVIII
Saint Domingue era gracias a la explotación
del azúcar la colonia más rica de
Francia; rica para los plantadores franceses,
que nunca la desarrollaron como colonia
de poblamiento, como sí hizo España
en lo que hoy es América Latina. Por eso,
Haití está habitado únicamente por negros
—96%— y algunos mulatos.
La primera República Francesa decretó
efímeramente el fin de la esclavitud en
1794, tras una revuelta de Espartacos de
ébano, que habían arrasado la tenue superestructura
de propietarios blancos y con
Toussaint Louverture proclamaron la primera
república de América del Sur. A comienzos
del siglo XIX Henri Christophe se
coronaba emperador, edificaba un Estado
militarista y jacobino de palacios del barroco
vienés —Sans Souci— que como el
de Prusia parecía un ejército que tuviera
un país, y sus sucesores ocupaban durante
un tiempo la parte hispanófona de la
isla, o República Dominicana.
El siglo XIX latinoamericano fue malo,
y si a eso vamos, el de España tampoco
fue una gloria. Pero el criollo, descendiente
de españoles, se había formado, al menos
en casos preclaros, con la Ilustración;
y aunque eso no hizo que tratara
mejor a los pueblos originarios o sobrevenidos
por la esclavitud, sí le permitió
constituir, en cambio, una cierta masa
crítica, que si tampoco se lució construyendo
países, sí tenía suficiente conocimiento
de los modelos de referencia. Nada
parecido ocurrió en Haití. Los ricos
enciclopedistas fueron pasados por las armas
o se fueron a almorzar al café Procope
de París, y la masa de esclavos sin
instrucción, cualquiera que sea su color,
sólo podía generar atraso. La pobreza sin
aportaciones externas, sólo engendra
más pobreza.
En el sofoco que ha provocado la mostración
universal de un país devastado
por el terremoto, ha habido un recluta
excepcionalmente voluntarioso: el presidente
Barack Obama. Tanto que cabría
pensar que después de toda la decepción
en su primer año de mandato, quería una
revancha; que a las declaraciones sublimes
sucedieran no sólo hechos mediocres,
como en Irak, Afganistán, Palestina
o la capa de ozono, sino clamorosos, y, en
un terreno más práctico, atajar la formación
de una ola de refugiados que inundasen
las costas norteamericanas; para ello
desplegaba, bien que a petición del Gobierno
de René Préval, una fuerza de 12.000
soldados, surtida de un avituallamiento
aerotransportado con el que comerían los
10 millones de haitianos casi el resto del
siglo. ¿Hacía falta tanta tropa para distribuir
la ayuda y mantener el orden, cuando
ya hay 11.000 enviados de la ONU, y de
ellos 9.000 soldados y policías? Francia y
Brasil fruncen comprensiblemente el ceño.
Aunque Washington no sueñe, contrariamente
a lo que apostrofa el presidente
venezolano, Hugo Chávez, con provocar
seísmos para reocupar la isla —que sometió
a protectorado de 1915 a 1934— pese a
todo ese despliegue ahora que hay en el
país mayor reserva de alimentos que nunca
anteriormente, es cuando se está pasando
más hambre que antes del seísmo.
El mundo ha preferido ignorar el escándalo
haitiano —900 euros per cápita,
contra más de 10.000 en Chile— y muy
señaladamente, deben asumir responsabilidades
Francia, la antigua metrópoli, que
estranguló a Haití con el pago de una indemnización
punitiva a cambio de reconocer
su independencia; y EE UU, que no ha
cesado de apoyar regímenes salvajemente
dictatoriales como el de François Duvalier
(1957-71), Papá Doc, y su hijo, lógicamente
Baby Doc, hasta su exilio en 1986, o
arruinar las cosechas haitianas con sus
subsidios a la agricultura nacional.
Pero que nadie alegue la virginal inocencia
de una clase dirigente que es miserable
y unos Gobiernos corruptos, entre
los que el término oligarquía no dejaría en
ridículo al propio Marx. Ni el capitalismo
es el único culpable, ni la desconexión —si
alguien sabe qué es eso— de Samir Amin,
la solución. Reconstruir Haití, dice el presidente
dominicano, Leonel Fernández,
en cuyo territorio vecino se ha refugiado
esa oligarquía, costaría 10.000 millones
de dólares. Si el bochorno mundial no se
disipa, como en tantos otros casos, que se
utilicen para construir de una vez Haití;
bajo control internacional.